Ángel Garraza
"Otros paisajes, otras derivas de la escultura"
o
Ángel Garraza
"Otros paisajes, otras derivas de la escultura"
La escultura moderna no ha cesado de expandir sus límites específicos y disputar los predicados simbólicos asociados a la monumentalidad, la representación religiosa, política o histórica. La afirmación de su carácter autónomo, en relación a esos predicados y al telos asociado, no está en contradicción con su reconociendo como hecho social y cultural. Y esa soberanía autónoma está sustentada por el acontecimiento de la poiesis, de la construcción formal mediante la cual moviliza significaciones e intuiciones que no se dejan racionalizar. De modo que solo mediante ese dispositivo formal la significación litiga con nuestro diálogo crítico y nuestra recepción estética. En ese propósito viene perseverando Ángel Garraza desde mediados de los años ochenta, cuando su investigación de la materialidad escultórica comienza a centrarse en el barro y la cerámica, tan notables en la historia de la producción objetual en la artesanía y en la cultura popular, como tan marginales en la escultura moderna salvo en algunos casos como Picasso o Miró. La madera y el hierro protagonizaban el devenir escultórico de la renovación moderna de la escultura vasca. También el artista navarro, que ahora presenta una selección de su producción última en la madrileña Galería Luis Burgos, inició su trayectoria utilizando tales materiales. Pero, desde hace más de tres décadas el cuerpo de su escultura se hace con barro y procesos cerámicos, que moldea, cuece y ensambla acuciosamente incorporando pieles con formas geométricas. Interesado en la ductilidad de esos materiales, en la idea de serie y en la noción de estructura puesta en forma desde la poética del fragmento, sus propuestas traman un paisaje muy reconocible. Otras intervenciones en el muro o en el suelo disponen ese principio compositivo del fragmento ensamblado para producir una totalidad nueva, plena de matices y efectos expresivos. Esa tensión entre el fragmento y el conjunto recorre muchas obras. ¿Acaso no pudiéramos pensarlas como cifra de nuestra humanidad hecha y por hacer? Sabemos que somos totalidades fragmentarias, itinerantes y cambiantes en el curso del tiempo y a la vez complementarias e imbricadas entre sí.
Ciertamente, las piezas de Garraza nos invitan a pensar en su estructura formal, en las condiciones de emergencia de lo nuevo, que no deja de ser la tarea insoslayable de toda acción creativa. Son piezas autónomas y a la vez están asociadas a otras mediante analogías, vínculos y reminiscencias. Precisamente titulaba Vínculos a una pieza de 2001, que diríase simulan unas membranas simétricas y sus dualidades cromáticas diríase que informan de unas cualidades presentes en numerosas obras. Las ideas de oposición o dualidad, vendrían a sugerirnos una dialéctica de afectos, deseos y representaciones que con su intuición y su pericia constructiva vendría a dar forma. En otras piezas, como en Desmembrados, 2005, emerge lo figural: varias figuras derivan hacia la abstracción, y cuya superficie recrea una suerte de membrana cerámica repite la dualidad compositiva y cromática. Todo ello se manifiesta en una de sus piezas más conocida ubicada en el espacio público de la ciudad de Bilbao: dos monumentales kaikus en cerámica inspirados en los utensilios del espacio doméstico popular de la zona rural del norte de Navarra activan un juego de extrañezas, memorias y tiempos contrapuestos que procuran a nuestra experiencia asombros nuevos. Las superficies ajedrezadas presentes en otras obras reiteran ese gusto por las dualidades formales y cromáticas, así como por las fugas simbólicas de ese juego milenario.
En otra serie de obras últimas, las que se agrupan bajo el título Paisajes de sobremesa, 2024, dispone una instalación de piezas sobre una suerte de mesas o soportes que otra vez connotan lo extraño familiar, lo siniestro y encantador al mismo tiempo. Se trata de un repositorio o inventario de formas que carecen de función y que en su despliegue cromático (de los colores pastel a las gamas de grises) cautivan nuestra imaginación. Objetos surreales, pecios de una escultura por venir, reminiscencias de neumáticos aplastados y abandonados transmutados en barro, figuras informes que trepan por los muros… son algunas asociaciones que pudieran establecerse desde la significación imaginaria, de la apropiación singular y genuina de nuestra experiencia estética. La trama de formas geométricas que grafía en sus terras sigillatas, sus acabados sensuales, se ofrecen a nuestra delectación y a nuestra indagación. Tode ello se instituye como forma, a saber, como una estructura que imbrica tres dimensiones: un modo de hacer escultórico que desborda lo moderno, una estructura compositiva que relaciona poéticas y medios mediante lo cual emergen una pluralidad de significaciones, y una llamada a lo nuevo que amplía el paisaje de la escultura. En Garraza, esa permanente investigación artística es inseparable de su larga trayectoria como docente en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco. Ambas dedicaciones se informan recíprocamente. Y de modo misterioso nutren su práctica escultórica.
Fernando Golvano
o
























