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Armando Seijo

Sevilla 1971

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Licenciado en Bellas Artes y Máster en Pintura en Santa Isabel de Hungría (Sevilla).

 

Se muda a Londres en 1996 para continuar sus estudios en Chelsea College of Art y Central San Martins.

 

Actualmente convive entre Madrid y Londres trabajando en varios proyectos.

Vindicación de la feminidad

De lo oscuro voy al color, del color a lo oscuro.

Chandogyopanisad 8.13.   

           

Todavía está por contar (y pintar) la historia completa de lo femenino. Quizá porque sea una historia inacabada o quizá por que lo femenino no tenga final. Armando Seijo nos trae esta vez un episodio, acaso circunstancial, de ese relato, a caballo entre Londres y Kyoto. Desde tiempos inmemoriales, lo femenino ha sido factor esencial en la evolución de la conciencia.

 

De la diosa paleolítica a Istar, de Isis a Deméter, de María de Galilea a la Sofía gnóstica. Aunque en ocasiones oscurecido, siempre acaba por volver y hoy su reaparición es más urgente que nunca. No sólo porque hemos desacralizado la naturaleza, sino porque los modelos de lo masculino y lo femenino, antes complementarios, se erigen confusos y en oposición, transformando la antigua complementariedad (la vieja tensión entre lo contemplativo y lo creativo), en un marasmo inane y fútil. El viejo muelle ha perdido sus resortes.

 

Ya no se completan ni perfeccionan mutuamente, sino que manifiestan en ciega hostilidad. Quizá estos cuadros nos permitan volver a contemplar la vida como una unidad viviente, siempre activa y creativa, de la unión de estos dos principios cuya alianza es siempre superior a la suma de sus partes. Los lienzos de Seijo incursionan admirablemente en esa dimensión hoy oscurecida. Asedian la fugacidad de los cuerpos, en un trazo que funde lo tembloroso y lo voluptuoso, lo explícitamente sexual y lo místico. Cuerpos renovados sobre fondo rojo, en verde, ocre y amarillo, que permiten atisbar un espíritu desenraizado y una sacralidad oscura. Telas que tienen algo inquietante y extrañamente sugerente, que muestran, tras la cortina, que lo femenino sigue invicto y animoso.

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